29 mar 2010

VI.

Se puede juzgar el corazón de un hombre por su trato a los animales’, decía Immanuel Kant. Desde hace tiempo se viene debatiendo en España la bondad/maldad de la llamada ‘fiesta de los toros’, un espectáculo que algunos han propuesto declarar Bien de Interés Cultural en varias Comunidades Autónomas. Lamentable, a mi juicio.

Partimos de lo absurdo que es considerar cultura un espectáculo en el que se vende la ejecución en directo, igual que se hacía en la Santa Inquisición con los reos, con la muerte como única meta a alcanzar con el añadido del aplauso de la masa atontada, del individuo vacío de ética, del que ni siente ni padece. ¿Qué diversión y aceptación puede tener para una persona con principios un rito en el que se tortura y ejecuta a un ser vivo? Supongo que podría hacer la misma pregunta a los parisinos que se acercaban a la Plaza de la Concordia a ver a los ahorcados y a los guillotinados.

Algunas personas de mi círculo social son neutrales en el asunto de las corridas, y resulta curioso que siempre se refugian en la misma razón: ‘es una tradición’. No sé si cuando me lo dicen se encenderá una lucecita en mi frente que ponga ‘eres gilipollas’ o si al contrario camuflo bien mis pensamientos. Que una práctica se defienda en una tradición no aporta su justificación ética. Las prácticas culturales que implican la tortura de animales son inaceptables, son siempre signos de barbarie.

El sufrimiento que conlleva la destrucción ralentizada de los órganos vitales del animal mediante el uso de banderillas y otros hierros similares es completamente contrario a una sociedad civilizada. Desde mi punto de vista, cualquier persona que apoye o se posicione neutral ante asuntos que, como la tauromaquia, legitiman la violencia y justifican la brutalidad, ha perdido el sentido común y el respeto por la naturaleza y el mundo animal. La tortura no es cultura.

Sunday Morning Birds.

15 mar 2010

V.

Nunca le había olvidado, el recuerdo de su nombre se había grabado a fuego en su memoria. Prepara el desayuno, hace las camas, lleva a los niños al colegio, se va al trabajo, regresa a casa, hace la cena para los cuatro… y después se permite soñar.

Cuando los niños caen rotos en la cama y Mario lee en su lado del sofá, ella enciende el ordenador y visita la cuenta de correo electrónico en la que duermen miles de palabras bonitas, retales de sueños adolescentes y de utopías que aguardan a que alguien apueste por ellas. Es su rutina diaria. Algunas noches sueña con los besos que un día se dieron y empapa la almohada.

Así es, el primer amor nunca se olvida.

Sunday Morning Birds.

 
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