26 sept 2010

XXI.

1995. Mientras todos juegan al fútbol dibujo líneas curvas en la arena de una esquina del patio. Retiro las hojas que se desprenden de los árboles con la llegada del otoño, que me impiden continuar mi línea infinita, mientras me coloco bien el gorro de lana azul que mamá me colocó hace diez minutos al dejarme en la escuela. Los demás niños no comprenden que no me gusten sus juegos, que no me identifique con ellos ni me divierta ladrar como un perro cuando marcan en la portería del equipo contrario. Sin esperármelo, noto un golpe fuerte en la cabeza y caigo al suelo. Ninguno se acerca. Ríen en corro. Durante las clases continúan las risas y sigo dibujando líneas en el tablero de la mesa. Él me mira de forma diferente. Cuando terminamos la clase de plástica y, para no pelearme con los demás, me lavo las manos el último, le veo observarme avergonzado a través del espejo. Se acerca a mí. Se muere de vergüenza. Me besa en la mejilla, me devuelve el gorro que había perdido en el patio con el golpe y se aleja sin hacer ruido.

2002. Odio las clases de judo del colegio. A veces simplemente me dejo hacer. Me da miedo volver a hacerme daño en la rodilla y tener que oler a aquel spray toda la noche. A los 13 años me dedico a confundirme pensando qué chica tiene el pelo más bonito y confundo amistad con amor. No me gusta cambiarme con los demás chicos, me hace sentir incómodo. Suelo cambiarme en un baño aparte y tardo lo que quiero y más en arreglarme, por lo que volveré a llegar tarde a la siguiente clase. Giro el pestillo y cuando abrol la puerta él está al otro lado con una toalla atada en su cintura. Me mira a los ojos durante dos segundos y después retira la mirada y entra en el vestuario. Yo le sigo. Se sienta en el último banco. Me siento en el de enfrente. Se pone de pie y se quita la toalla. Cuando entramos juntos en la clase de matemáticas siento que en cualquier momento echaré a volar. Creo que le quiero. Dos días después me dirá que quedará entre los dos, que será nuestro secreto para siempre. Me callaré su nombre toda la vida y cuando nos crucemos por la calle su mirada me recordará el sabor de sus lágrimas y me sonreirá. Se sigue mintiendo.

2004. Me he enamorado de verdad. No sé cuándo empecé a hacerlo, pero ver su sonrisa es lo mejor que me ha pasado. En vez de tener miedo por ser lo que soy, lo tengo porque termine el curso y tengamos que alejarnos. Tiene una cara preciosa y sé leer en sus ojos que aunque quiere parecerse al resto, no es como los demás. Cuando nos cruzamos por el pasillo el tiempo se ralentiza y un escalofrío me recorre el cuerpo. Comienza a hablarme de vez en cuando. Comienza a hacerlo a diario. Me habla en cada clase. Soy tan feliz que sería capaz de gritarle te quiero en mitad del patio. No puedo dejar de mirarle y todo el mundo empieza a notarlo. Él no se da cuenta. Cuando no puedo más le escribo una carta y me voy llorando del instituto. Al día siguiente nada ha cambiado. Le seguiré escribiendo y seguirá rozando mi mano cada vez que quiera. A su novia le hago gracia. A sus amigos también. Le quiero y le respeto más que todos ellos juntos, por lo que obvio todos sus gestos y miradas. Pasaremos varios turnos juntos y en el momento en el que por fin me decida a arriesgarme a rozar su boca, ella abre la puerta y él se convierte en un recuerdo para siempre. Venecia, especial por algo, guardará el resto de la historia.

2006 - 2008 Paso demasiadas horas en el ordenador y, entre correo electrónico y página web de fantasía, encuentro un concurso de realidad virtual que me llama la atención. Me apunto sin saber el porqué. Allí está él. Supuestamente heterosexual tarda una semana en decir que quiere intentarlo conmigo. Me humillaré durante dos años apostando por alguien que, limitado por sus inseguridades, sus mentiras y sus miedos, jamás dará la cara ni por mí ni por él, cuya existencia se reducirá a un ente al otro lado del monitor. Recorro cientos de kilómetros que me ayudan a quitarme la venda que tan ciego me ha tenido. Todos lo veían menos yo. Y sin embargo ha sido como tuvo que ser. He llorado tanto y me ha hecho tanto daño... pero he aprendido mucho y he madurado aún más. Una de mis mejores amigas en la actualidad, Sara, un día me ayuda a completar el puzzle. No volveré a saber de él nunca. Sonrío al recordarle por lo bobo que fui. No cambiaría nada.

2007. Estás tan confundido que no sabes lo que quieres y años después seguirás cruzándote en mi camino. Dices que un día sentiste algo por ella pero me ilusionas a mí. Me pides dejarlo todo. Me sonríes a través de la cámara de vídeo e intentas que te siga el juego. Pruebas a eliminar el miedo de mis palabras y consigues hacerlo. A veces nos decimos te quiero. Años después lo negarás todo y te seguiré teniendo rencor. En el cine estoy a punto de estallar de los nervios mientras te empeñas en que pruebe las palomitas y me regalas un te quiero que nadie esperaba oír. Me alejaré de ti. Volveré. No me perdonarás y al final me dejarás intentar conocerte de nuevo. Me doy cuenta de que el pasado debe enterrarse y que no merece la pena forzar las cosas, porque desde el principio nos equivocamos los dos. Por algún motivo que desconozco, la vida se empeña en que nos crucemos una y otra vez.

2008. La universidad es un mundo aparte. He cambiado mucho en poco tiempo y comienzo a saber quién soy. Una noche de diciembre te cruzas en mi camino y semanas después me regalas el primer beso de amor en una sala de los cines Capitol. Eres un idiota demasiado diferente a mí y a los pocos días decidiré dejarlo. Tú te quedas con alguien que no quieres de verdad y yo con aquel beso que siempre guardaré en mi caja de recuerdos.

2009. El amor verdadero del que hablaba tanto sin conocer. Le tenía demasiado cerca y no me había dado cuenta. Todas las experiencias anteriores se mezclan en mi cabeza y me hacen sentir miedo de ir demasiado rápido o despacio. No sé qué hacer. Me robarás un beso en los labios en mi estación de metro y empezaremos a salir el 28 de noviembre. Serás el primer chico que me respetará, me querrá y me dará una relación sentimental duradera, cierta y sólida. Comienzo a imaginar mi futuro a tu lado. Lo sigo haciendo. Te amo.

2010. A la 1 de la madrugada se levanta de su asiento del autobús y se coloca frente a mí. La situación es incómoda pero sé a qué juega. Conozco a los que son como él. No pienso mirarle porque no le conozco de nada. Se sujeta de la barra y va estirando el brazo para intentar rozar mi mano. La aparto. Saco un libro y sin leerlo intento que el tiempo pase todo lo rápido que pueda. El autobús va demasiado lleno. Se olvida de alguien e intenta hacer que yo también me olvide. Miro el polígono por el cristal y él busca mi mirada. Levanto la ceja y vuelvo a mi libro. Sonrío por lo estúpida que es la situación. Al fin se marcha y me da una idea con la que actualizar el blog.

Sunday Morning Birds

2 sept 2010

XX.

Me preguntaba una amiga hace unos días cómo podía depositar tanta confianza en la persona con la que comparto mi vida, que cómo podía quererle tanto. Preguntarle sobre el amor a los que hemos soñado siempre con él es querer lanzarse a un pozo sin fondo. Puedo hablar del amor - claro que puedo -, pero para lograr hacer entender mi visión del tema al completo podría necesitar días enteros de reflexión con la persona que quiere hablar de ello.

'¿Qué es el amor, David?' El amor es el sentimiento - único y diferente en cada persona - de sentirse capaz de dejarlo todo por cuidar de la persona que amas. Cuidado. No entremos en valoraciones sexistas. Esto no quiere decir que justifique que ninguna mujer tenga que ser la esclava de su macho ni que ningún hombre tenga que proteger a su esposa del mundo cruel. Ahí entra el egoísmo, la falta de libertad y el sufrimiento, y no es el amor libre del que hablamos. Se trata simplemente de colocar en uno de los primeros puestos de tu lista de prioridades a esa persona con la que decides compartir tu vida.

Jamás he entendido el sexo sin pasión romántica ni el inicio de una relación con alguien que no amas. Tengo amigos que lo hacen y lo respeto, pero no lo comparto. No puedo oponerme a ellos porque sé que en algunos casos el no haber llegado a sentir el amor verdadero les duele lo suficiente como para que nadie tenga que decirles qué hacer con su legítima libertad. No puedo oponerme porque sé lo que es pasar hojas del calendario y torturarse con pensamientos sobre la soledad y el paso del tiempo. Lo único que puedo hacer en estos casos es escucharles, darles mi visión tras un proceso empático y, a los que están tristes, decirles la verdad: que podemos lamentarnos durante el día de hoy, pero que en un año, unos meses o quizá sólo unos días encontrarán a esa persona que les complemente - no que les complete, porque todos somos naranjas completas - y les acompañe en su camino.

Tampoco digo que una persona que decida vivir su vida en singular tenga que ser infeliz, pero permíteme hablar desde mi experiencia. Durante 21 años no había vivido un día a día tan feliz, pleno y lleno de paz como desde que estoy con la persona adecuada. Quise varias veces a personas indecisas, cobardes e incluso inexistentes, y de cada una de ellas aprendí algo. Nunca borraría nada. La tierra que calienta mis pies lo hace tras un tiempo de aprendizaje, de experiencias y de sentimientos. De todo se aprende. Si crees en una especie de dios tómate los intentos fallidos como capas que te sumarán experiencias hacia tu madurez porque él quiere que aprendas. Si no tienes fe en un dios, míralo como lecciones que te da la vida para crecer y aprender de ello.

¿Cuándo se sabe que es amor verdadero? Cuando los celos no envenenan la relación porque, a pesar de lo que nos venden, no son parte del amor, sino de la desconfianza; cuando no duele en exceso despedirnos de él porque sabemos que lo que sentimos va más allá de lo físico y que mañana volveremos a vernos y el amor no se va con él, sino que sigue dentro de nosotros; cuando el roce de tus labios con los suyos más que química es aire en tus pulmones, energía en tu cuerpo, suavidad en tu piel, brillo en tu mirada. Es amor verdadero cuando dejas atrás el miedo a la soledad y al fracaso porque sabes que él estará siempre a tu lado, también en las caídas. Cuando los regalos se hacen con frecuencia y no sólo en los cumpleaños sin que te importe el gasto si puedes tenerlo. Eso es amor.

Me preguntaba una amiga hace unos días cómo podía depositar tanta confianza en la persona con la que comparto mi vida, cómo podía quererle tanto: tengo tanta confianza en él porque en todo este tiempo nunca ha querido hacerme daño, siempre ha confiado en mí, y le encanta cuidarme, quererme y entenderme. Porque aunque yo tenga un mal día, llegue a pesar mil kilos y me equivoque cuanto quiera, él siempre está al otro lado de la puerta para convertir sus brazos en mi refugio y mis lágrimas en una playa donde retirarnos a aprender de nuestras debilidades cuando lo necesitamos. Por eso tengo tanta confianza en él. Por eso comparto mi vida con Alberto. Por eso le quiero tanto.

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