13 oct 2010

XXII.

Es otro día gris de 1942. Marlene moja la punta de sus zapatos negros en el pequeño charco del jardín, mientras dentro madre discute con la sirvienta. El ruido que se genera no es suficiente para que una niña de cuatro años deje de prestar atención a las ondas que nacen cada vez que roza el agua. El golpe en la pared ya es diferente; tras él, pisadas cada vez más cercanas. “Madre ha de marchar a Varsovia, Marlene. Lo hará por nuestro país. Defenderá a los buenos y acabará con los malos, como en los cuentos, pequeña”. Mientras madre hace la maleta, la pequeña llora y da patadas, como persuadiéndola del daño que –sin una niña tan pequeña saberlo- su madre hará al ingresar en las filas de las SS. Años después, Marlene sabrá que el destino de madre fue el campo de exterminio de Belzec. Allí acabará con la vida de miles de personas cuyo único delito será ser judío, polaco o gitano. Madre echará el cerrojo de las cámaras de gas donde perderán la vida cada día cientos de niños de la misma edad que su hija. Se sentirá orgullosa de hacerlo. Los golpeará, escupirá y pateará sin pensárselo dos veces. Heil Hitler! susurra con orgullo cuando sacan en grupo los cadáveres hasta las fosas comunes.

Es otro día gris del año 2010. El aire huele a cloacas cuando, en días como hoy, la lluvia inunda el cementerio. Las arrugas marcan la cara de Marlene, que observa cómo poco a poco se desdibuja la fecha de la muerte de madre, hace ya tres años. Sólo volvió a verla una vez, en una residencia de ancianos. Décadas después del fin de la guerra, Marlene descubrió cómo el odio persistía en la mirada de aquella señora que no reconocía. Dijo estar orgullosa de todas aquellas muertes; reconoció excitarse cuando, en aquella época, los veía a todos muertos tras ser gaseados; juró que tantas muertes estuvieron justificadas. Marlene, petrificada, se descubrió, segundos después de escucharla, vomitando en el baño. Las lágrimas que salían de sus ojos le impedían mirarse en el espejo. No quería verse tampoco. Supo que tendría que llevar la carga de ser hija de una asesina durante toda la vida. No volvió a verla más.

Ni aun tras su muerte ha podido perdonarla. Su corazón alberga un gran dolor por no haberla retenido aquella mañana de 1942, cuando la paz de sus ojos la abandonó para siempre, dejándola sola, convirtiéndose en un monstruo que prefirió luchar del lado del odio y la muerte, que ser una mujer íntegra y ver crecer a su hija. Si acaso en aquel encuentro se hubiera mostrado arrepentida de ser partícipe de aquel genocidio… pero no fue así. ¡Rabia! Marlene siente una rabia que le hiela el alma y que le empuja a acercarse cada mañana al cementerio, a buscar alguna respuesta con sentido que jamás, nadie, le dará.

Sunday Morning Birds

1 comentarios:

Konrad VH dijo...

De entre todos los horrores de una guerra, seguramente este sea el que menos está tratado, porque a nosotros y a los propios alemanes se nos hace difícil asumir eso de que el abuelito era un asesino (y de eso en España sabemos muchos).

Qué difícil resulta asumir a veces que nuestros héroes también son malvados.

Preciosa historia. ^^

 
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