Nunca le había olvidado, el recuerdo de su nombre se había grabado a fuego en su memoria. Prepara el desayuno, hace las camas, lleva a los niños al colegio, se va al trabajo, regresa a casa, hace la cena para los cuatro… y después se permite soñar.
Cuando los niños caen rotos en la cama y Mario lee en su lado del sofá, ella enciende el ordenador y visita la cuenta de correo electrónico en la que duermen miles de palabras bonitas, retales de sueños adolescentes y de utopías que aguardan a que alguien apueste por ellas. Es su rutina diaria. Algunas noches sueña con los besos que un día se dieron y empapa la almohada.
Así es, el primer amor nunca se olvida.
Sunday Morning Birds.
1 comentarios:
Aish, me encanta. Cietrto, muy cierto.
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